El Género Chico (1880-1900)
A la zarzuela grande, en
tres actos, sucedió en interés y popularidad el género chico, denominado así
porque constaba de un sólo acto, y representaba una manifestación
artística más puramente nacional y de mayor valor absoluto, al fin y al cabo
que la gran zarzuela. El esplendor del género chico fue como consecuencia de la
implantación del "teatro por horas", una especie de sesión continua,
por medio de la cual el público de la sala se renovaba cada día varias veces inspirada
en el teatro Bufo y el Café Concierto.
El Género Chico se inicia con
La Canción de la Lola (1880) de
Chueca y Valverde y letra de Ricardo de la Vega (1839-1910), confundiéndose en
numerosas ocasiones como sinónimo de zarzuela, cuando en realidad se trata de
una variedad dentro de ella. El género chico se llamó así exclusivamente por su
duración, definiendo perfectamente la sociedad de la Restauración, con una
estética de cuño popular como vehículo para la risa, el entretenimiento y la
sátira nacional.
Se ha dicho que el género
chico se puede subdividir en tres clases en cuanto a estructura y dramaturgia:
a) por una parte se encuentra una
especie de Resumen de la Zarzuela en un acto cuyo argumento
podría ser desarrollado (Cádiz, El Tambor
de granaderos); por otra parte está
b) el llamado Sainete (o
Sainete lírico), caracterizado por la acción sencilla y el cuadro
costumbrista de ambiente madrileño, andaluz, murciano, etc. (La Verbena de la Paloma, La boda de Luis
Alonso, La Alegría de la huerta) y c)
por fin, el principio de lo que luego se llamó Revista, que eran obras
que repasaban la actualidad en clave irónica y crítica (La Gran vía, El año pasado por agua).
Según José Deleito Piñuela la
historia del género chico pude dividirse en tres etapas[1]: a) de 1880 a 1890, formación;
b) de 1890 a 1900, plenitud y c)
de 1900 a 1910, decadencia, con las parodias. De toda esta historia fue testigo
el público del teatro Apolo. Generalizando, sus características son:
a)
Constan entre cinco y seis números musicales, distribuidos
entre los diferentes cuadros del acto con una duración en torno a una hora.
b)
Los medios musicales son limitados, tanto en las
voces como en las formaciones con el fin de rentabilizar así el negocio (el
número de personajes suele ser de 3 a 5).
c)
Las voces poseen un tratamiento sencillo ya que se
representaban con actores que además sabían cantar. Por su parte los coros se
suelen tratar al unísono.
d)
Uso de la forma de canción estrófica.
e)
Amplia presencia de danza de moda (jota, chotis,
fandango, habanera, vals, etc.), insertadas no sólo en los números
coreográficos sino en cualquier momento.
f)
A pesar del predominio del carácter cómico y las
danzas, presencia de realismo siguiendo las tendencias de finales de siglo.
g)
Temática popular y carácter cómico con un enredo muy
simple sobre asuntos cotidianos.
Entre los compositores para
este género encontramos a Tomás Bretón
(1850-1923) con La Verbena de la Paloma
(1894) y La cariñosa (1899), donde la
belleza de la melodía, se mantiene sobre una estructura musical, armónica y
contrapuntística, de auténtica calidad.
Ruperto
Chapí (1851-1909), nacido en Villena comienza a conseguir los grandes logros
dentro del género chico a partir con Las
hijas de Zebedeo (1889). Entre sus títulos más destacados encontramos El tambor de granaderos (1894), La Revoltosa (1897) y El puñao de rosas (1902). Su técnica era precisa, clara y
siempre eficaz. Su poder de creación melódica no puede dar lugar a ninguna
duda. Era un músico escénico al cien por cien, con un superior talento para las
situaciones dramáticas.
El murciano Manuel Fernández
Caballero (1835-1906), asistió al final de la primera época de la zarzuela
grande en tres actos; a partir de ahí se dedicó a dignificar el teatro por
horas, o género chico, produciendo las obras de su última madurez como: La viejecita (1897) o Gigantes y cabezudos (1898), esta última su mejor obra, sin duda.
Federico
Chueca (1846-1908), estuvo siempre en contacto con el pueblo y no sólo con
las gentes honradas, sino también con la llamada “gente del bronce”: mendigos,
golfos y chulos. Poseía unas dotes naturales extraordinarias, y nunca
comprendió que hubiera que estudiar para ser músico, él hacía música porque sí,
abandonándose a la improvisación. Durante toda su vida consideró Chueca muy
molesto y muy difícil escribir música y siempre tuvo que valerse de alguien que
le pusiera en el papel pautado lo que nacía de su personalísima inspiración; entre
ellos Barbieri, Bretón y Valverde, en su mejor época.
Si otros compositores
adoptaron el folklore de algunas regiones españolas, o trataron de imitar
estilos extranjeros, Chueca fue uno de los creadores de la música madrileña.
Firmó un centenar de obras. Entre ellas hay títulos que estarán siempre en las
antologías del teatro lírico español, no compuso más que sainetes y revistas,
que reflejan la vida en el Madrid decimonónico. Su música ha sido criticada a
veces por su facilidad y rápida popularización, pero precisamente ese es uno de
sus méritos.
Entre ellas destacan el
sainete ya comentado La canción de la
Lola, la revista La Gran Vía[2] (1886) que mantuvo en
cartel durante dos años, Cádiz (1886),
a la que elevó a dos actos; y un sainete madrileño típico, que retrata de
manera perfecta el ambiente de la capital en las noches veraniegas de fin de
siglo, como es Agua, azucarillos y
aguardiente (1897) y con anterioridad El
año pasado por agua (1889) en el que mezcló sainete y revista. En alguna
ocasión, escribió obras en las que quiso salirse del ambiente madrileño,
intentando el ambiente murciano en La
alegría de la huerta (1900). Su último triunfo resonante fue en 1901 con el
sainete El Bateo (El bautizo),
también de ambiente madrileño.
Gerónimo
Giménez[3] (1854-1923), músico
sevillano, fue definido como “el músico del garbo”. Fue director y excelente
pianista (en París arrebató a Debussy el premio fin de carrera). Entre sus
obras cabe destacar El baile de Luis
Alonso o El mundo comedia es (1896), La boda de Luis Alonso o La noche del encierro (1897), ambas son
cuadros de costumbres más que piezas con verdadero argumento, siendo su obra
más completa La tempranita (1900), escrita
por Julián Romea (1813-1868), donde se anuncia claramente el mundo sonoro de La Vida breve de Manuel de Falla.
Otros músicos del panorama
del género chico fueron Apolinar Brull (1845-1905), Manuel Nieto (1844-1815),
el alicantino Tomás López Torregrosa (1868-1913) o Joaquín Valverde
(1846-1910), quién colaboró estrechamente con Chueca y su hijo Joaquín Valverde
Sanjuán (1875-1818), entre otros muchos.
Al final del siglo se puso de moda, dentro del
género chico, un nuevo estilo de espectáculo, que no tenía más intención que la
de hacer reír. Eran Parodias de
obras importantes y desde luego populares: óperas, dramas, zarzuelas, etc., con
una música sin interés.
Los más prolíficos
parodiantes fueron el libretista Salvador María Granés (1840-1911) y el músico
Luis Arnedo (1856-1911). Estos autores convirtieron: La Dolores en Dolores de cabeza (1895), Sansón y
Dalila en Simón es un lila (1897), Curro
Vargas en Curro bragas (1899), Tosca
en La fosca (1905), La Bohème en La Golfemia (1900) o Lohengrin, en Lorencín o el camarero del cine (1910), entre otras. La parodia fue sin duda
una fiebre, un éxito efímero, que puede asemejarse con el que se produjo años
antes con el género bufo de Arderíus.
[1] En DELEITO PIÑUELA, José (1949): Origen y apogeo del Género chico. Revista de Occidente. 1949. Madrid
[3] Durante toda su vida estuvo obsesionado en escribir su
nombre y apellido con “G”, aunque en realidad se escriben con “J”.
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