viernes, 3 de abril de 2020

EL GÉNERO CHICO


El Género Chico (1880-1900)

A la zarzuela grande, en tres actos, sucedió en interés y popularidad el género chico, denominado así porque constaba de un sólo acto, y representaba una manifestación artística más puramente nacional y de mayor valor absoluto, al fin y al cabo que la gran zarzuela. El esplendor del género chico fue como consecuencia de la implantación del "teatro por horas", una especie de sesión continua, por medio de la cual el público de la sala se renovaba cada día varias veces inspirada en el teatro Bufo y el Café Concierto.

El Género Chico se inicia con La Canción de la Lola (1880) de Chueca y Valverde y letra de Ricardo de la Vega (1839-1910), confundiéndose en numerosas ocasiones como sinónimo de zarzuela, cuando en realidad se trata de una variedad dentro de ella. El género chico se llamó así exclusivamente por su duración, definiendo perfectamente la sociedad de la Restauración, con una estética de cuño popular como vehículo para la risa, el entretenimiento y la sátira nacional.

Se ha dicho que el género chico se puede subdividir en tres clases en cuanto a estructura y dramaturgia: 

a) por una parte se encuentra una especie de Resumen de la Zarzuela en un acto cuyo argumento podría ser desarrollado (Cádiz, El Tambor de granaderos); por otra parte está b) el llamado Sainete (o Sainete lírico), caracterizado por la acción sencilla y el cuadro costumbrista de ambiente madrileño, andaluz, murciano, etc. (La Verbena de la Paloma, La boda de Luis Alonso, La Alegría de la huerta) y c) por fin, el principio de lo que luego se llamó Revista, que eran obras que repasaban la actualidad en clave irónica y crítica (La Gran vía, El año pasado por agua).

Según José Deleito Piñuela la historia del género chico pude dividirse en tres etapas[1]: a) de 1880 a 1890, formación; b) de 1890 a 1900, plenitud y c) de 1900 a 1910, decadencia, con las parodias. De toda esta historia fue testigo el público del teatro Apolo. Generalizando, sus características son:

a)      Constan entre cinco y seis números musicales, distribuidos entre los diferentes cuadros del acto con una duración en torno a una hora.
b)      Los medios musicales son limitados, tanto en las voces como en las formaciones con el fin de rentabilizar así el negocio (el número de personajes suele ser de 3 a 5).
c)      Las voces poseen un tratamiento sencillo ya que se representaban con actores que además sabían cantar. Por su parte los coros se suelen tratar al unísono.
d)     Uso de la forma de canción estrófica.
e)      Amplia presencia de danza de moda (jota, chotis, fandango, habanera, vals, etc.), insertadas no sólo en los números coreográficos sino en cualquier momento.
f)       A pesar del predominio del carácter cómico y las danzas, presencia de realismo siguiendo las tendencias de finales de siglo.
g)      Temática popular y carácter cómico con un enredo muy simple sobre asuntos cotidianos.

Entre los compositores para este género encontramos a Tomás Bretón (1850-1923) con La Verbena de la Paloma (1894) y La cariñosa (1899), donde la belleza de la melodía, se mantiene sobre una estructura musical, armónica y contrapuntística, de auténtica calidad.

Ruperto Chapí (1851-1909), nacido en Villena comienza a conseguir los grandes logros dentro del género chico a partir con Las hijas de Zebedeo (1889). Entre sus títulos más destacados encontramos El tambor de granaderos (1894), La Revoltosa (1897) y El puñao de rosas (1902). Su técnica era precisa, clara y siempre eficaz. Su poder de creación melódica no puede dar lugar a ninguna duda. Era un músico escénico al cien por cien, con un superior talento para las situaciones dramáticas.

El murciano Manuel Fernández Caballero (1835-1906), asistió al final de la primera época de la zarzuela grande en tres actos; a partir de ahí se dedicó a dignificar el teatro por horas, o género chico, produciendo las obras de su última madurez como: La viejecita (1897) o Gigantes y cabezudos (1898), esta última su mejor obra, sin duda.

Federico Chueca (1846-1908), estuvo siempre en contacto con el pueblo y no sólo con las gentes honradas, sino también con la llamada “gente del bronce”: mendigos, golfos y chulos. Poseía unas dotes naturales extraordinarias, y nunca comprendió que hubiera que estudiar para ser músico, él hacía música porque sí, abandonándose a la improvisación. Durante toda su vida consideró Chueca muy molesto y muy difícil escribir música y siempre tuvo que valerse de alguien que le pusiera en el papel pautado lo que nacía de su personalísima inspiración; entre ellos Barbieri, Bretón y Valverde, en su mejor época.

Si otros compositores adoptaron el folklore de algunas regiones españolas, o trataron de imitar estilos extranjeros, Chueca fue uno de los creadores de la música madrileña. Firmó un centenar de obras. Entre ellas hay títulos que estarán siempre en las antologías del teatro lírico español, no compuso más que sainetes y revistas, que reflejan la vida en el Madrid decimonónico. Su música ha sido criticada a veces por su facilidad y rápida popularización, pero precisamente ese es uno de sus méritos.

Entre ellas destacan el sainete ya comentado La canción de la Lola, la revista La Gran Vía[2] (1886) que mantuvo en cartel durante dos años, Cádiz (1886), a la que elevó a dos actos; y un sainete madrileño típico, que retrata de manera perfecta el ambiente de la capital en las noches veraniegas de fin de siglo, como es Agua, azucarillos y aguardiente (1897) y con anterioridad El año pasado por agua (1889) en el que mezcló sainete y revista. En alguna ocasión, escribió obras en las que quiso salirse del ambiente madrileño, intentando el ambiente murciano en La alegría de la huerta (1900). Su último triunfo resonante fue en 1901 con el sainete El Bateo (El bautizo), también de ambiente madrileño.

Gerónimo Giménez[3] (1854-1923), músico sevillano, fue definido como “el músico del garbo”. Fue director y excelente pianista (en París arrebató a Debussy el premio fin de carrera). Entre sus obras cabe destacar El baile de Luis Alonso o El mundo comedia es (1896), La boda de Luis Alonso o La noche del encierro (1897), ambas son cuadros de costumbres más que piezas con verdadero argumento, siendo su obra más completa La tempranita (1900), escrita por Julián Romea (1813-1868), donde se anuncia claramente el mundo sonoro de La Vida breve de Manuel de Falla.

Otros músicos del panorama del género chico fueron Apolinar Brull (1845-1905), Manuel Nieto (1844-1815), el alicantino Tomás López Torregrosa (1868-1913) o Joaquín Valverde (1846-1910), quién colaboró estrechamente con Chueca y su hijo Joaquín Valverde Sanjuán (1875-1818), entre otros muchos.

Al  final del siglo se puso de moda, dentro del género chico, un nuevo estilo de espectáculo, que no tenía más intención que la de hacer reír. Eran Parodias de obras importantes y desde luego populares: óperas, dramas, zarzuelas, etc., con una música sin interés.

Los más prolíficos parodiantes fueron el libretista Salvador María Granés (1840-1911) y el músico Luis Arnedo (1856-1911). Estos autores convirtieron: La Dolores en Dolores de cabeza (1895), Sansón y Dalila en Simón es un lila (1897), Curro Vargas en Curro bragas (1899), Tosca en La fosca (1905), La Bohème en La Golfemia (1900) o Lohengrin, en Lorencín o el camarero del cine (1910), entre otras. La parodia fue sin duda una fiebre, un éxito efímero, que puede asemejarse con el que se produjo años antes con el género bufo de Arderíus.


[1] En DELEITO PIÑUELA, José (1949): Origen y apogeo del Género chico. Revista de Occidente. 1949. Madrid

[2] La Gran Vía, Revista lírico-cómica, fantástico-callejera en un acto, era título completo original de la obra.
[3] Durante toda su vida estuvo obsesionado en escribir su nombre y apellido con “G”, aunque en realidad se escriben con “J”.


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